ENSEÑAR NORMAS A LOS NIÑOS

Enseñar a los niños lo que está bien y lo que está mal es uno de los más importantes retos que tienen que afrontar los padres. Cómo hacerlo dependerá de la edad de los niños. En la niñez se siguen etapas evolutivas que determinan el desarrollo motor, cognitivo y emocional, ellos crecen física, mental y espiritualmente, lo cual nos señala qué podemos esperar de ellos y qué no. Esto condiciona claramente nuestras estrategias educativas. Por ejemplo, no podemos esperar que el niño cuelgue su abrigo en una sercha alta, porque aún no ha alcanzado la altura necesaria para ello, por lo tanto, o bajamos la sercha o le enseñamos a que nos la dé a nosotros para colgarla. No habrá modo alguno de acelerar el proceso natural de desarrollo.

El autor Piaget definió la moralidad como: “Un sistema de reglas y el respeto del individuo por las mismas” y Kolhberg hablaba del juicio moral como “el juicio sobre la aceptación o desviación de la norma”. Ya tenemos el pilar más básico: necesitamos proponer reglas y ocuparnos en cumplirlas, pero ¿cómo?…

Veremos brevemente qué etapas atraviesan los niños en relación con el juicio moral (qué está bien y qué está mal) y en función de ello, qué estrategias pueden utilizarse para educarlos. Se definen tres etapas:

  1. Anomía. Significa sin reglas, es al inicio de su niñez.
  2. Heteronomía. Perciben la existencia de reglas con un claro origen externo (provienen de padres, profesores o adultos mayores). La mayoría de los autores considera que a partir de los 4 años empiezan a interiorizar las reglas y manejarlas. Hasta aproximadamente los 10 años responderán para evitar castigos u obtener recompensas. Posteriormente, les interesará también ser considerados “buenos” o “malos” por los demás.
  3. Autonomía. En la que el sujeto ya supera el egocentrismo infantil y es capaz de considerar los derechos propios y también los ajenos. Se dará a partir de los 12 años (sentimientos de justicia, principios éticos y búsqueda de una lógica universal). A esta etapa no se llega necesariamente, hay adultos que no la alcanzan nunca.

 

Nuestro deber como padres, educadores o cuidadores es establecer las normas claramente, de manera unánime y con determinadas consecuencias, sin dejarse llevar por razonamientos. Tenemos que ser cariñosos y firmes al imponerlas, nuestros pequeños no tienen capacidad de autocontrol, por ello, nosotros seremos su control hasta que sean capaces de interiorizarlo. Si no hay límites, hay confusión e inseguridad, los niños necesitan autoridad para crecer felices y, el ambiente familiar es el mejor lugar para enfrentarse a las normas y consecuencias.

¿Cómo comunicar las normas?

Para comunicar las normas se pueden seguir las siguientes pautas:

  • Tono de voz: No grite. No les hable desde otra habitación. Acérquese a él, mejor si es a su altura y háblele en un tono medio.
  • Lenguaje corporal: Mantenga contacto visual. Mírelo a los ojos y pídale que lo mire. Sujétele si es necesario. Sea expresivo, muestre lo que está bien con gestos positivos y lo que no, con gestos negativos (sonrisa vs ceño fruncido, por ejemplo).
  • Muestre seguridad: No titubeé. Una sola frase es suficiente y repítala si es necesario, en un lenguaje claro o con frases simples (“esto no se hace”). Si piden explicaciones responda de modo sencillo (“porque está mal. No quiero que vuelvas a hacerlo, por favor”). No es momento para ellos de entender juicios morales.
  • No muestre ansiedad: Intente siempre estar calmado frente a los desafíos.
  • No se enfade: Si nota que está enfadado salga de la situación y respire hondo, unos segundos bastarán para rebajar la ansiedad y volver a afrontar con calma.
  • Evite emplear etiquetas personales o comparaciones: No personalice, elogie o censure la conducta (“eres malo”, “tu hermano es bueno y tú no”, “te estás portando mal y tu hermana se está portando bien”).
  • No ceda ni cambie estrategias de modo continuo: Mantenerse firme es fundamental. La norma no debe cambiar según la situación, estado de ánimo o según quién la impone. Es muy importante que estemos todos juntos para que haya coherencia educativa: padre y madre, abuelos, profesores, entre otros.
  • No escatime nunca en elogios y atención: Nuestra atención es el recurso más poderoso que tenemos, es el mejor refuerzo para nuestros pequeños. Pero no olvidemos que lo es siempre, si solo les atendemos y nos dirigimos a ellos cuando se portan mal, aprenderán a portarse mal para captar nuestra atención. Por ello es tan importante que les dediquemos unos minutos cuando estén portándose bien y nos dirijamos a ellos para decirles lo bien que lo están haciendo. Así mismo, les censuraremos y les retiraremos la atención cuando su comportamiento sea inadecuado (“hasta que no dejes de patalear no voy a hacerte caso”) y omitiremos su conducta, sin mirarlos, tocarlos, sonreír o gritar; Una vez dejen de hacerlo, nos acercaremos, recordaremos la norma, y empezaremos a elogiar lo bien que lo hacen.
  • Premios y castigos: También puede utilizar otro tipo de refuerzos además de la atención (“como te has portado bien y has recogido los juguetes, vamos al parque…”, “como te has portado mal porque no has recogido los juguetes, no te doy chocolate”). Recuerde que los premios y los castigos siempre deben darse a continuación de la conducta para que sean efectivos.
  • No utilice sus emociones hacia él como moneda de cambio: (“No te quiero porque eres un niño malo”, “papá no te va a querer si te portas mal”). El niño debe crecer con la seguridad del amor incondicional de sus figuras de apego (padres o cuidadores). Solo así podrá desarrollarse adecuadamente y ser emocionalmente sano.

 

Los niños que crecen sin normas se sentirán confusos, perdidos y serán niños inseguros; a menudo se mostrarán enfadados y desafiantes porque realmente no saben cómo actuar ni a dónde dirigirse. Esto les genera angustia. Es decir, si no establecemos límites hacemos sufrir a nuestros pequeños, incluso más si los guiamos firmemente.

Adaptación: Salvador García, Neuropsicología Cognitiva y Psicología Clínica Infantil.